Te traemos la decimosexta edición de “¿Sabías que?”, nuestro especial dedicado a los inventos de la industria automotriz, esos que marcaron un antes y después en la evolución de los autos.
Con ustedes: Los faros eléctricos.
Los faros son un elemento de suma importancia en el automóvil, ya que ayudan a la seguridad de la conducción, tanto de noche como de día, porque nos permiten ver en la oscuridad y también que nos vean, incluso de día, ya que es vital en ruta no solo para marcar presencia, sino para determinar distancia.
Por supuesto, los faros que hoy conocemos no siempre fueron así. Al principio, los autos llevaban faroles de aceite o de carburo y generaban una luz muy escasa. Y la cuestión no pasaba por la velocidad, sino que su función básica era brindar orientación en lo profundo de la noche y permitir que los demás adviertan su presencia.
Los primeros vehículos con luz eléctrica llegaron finalizando la primera década del siglo pasado. El modelo pionero fue de Cadillac, el Model 30 y luego lo siguió el Rolls-Royce de Silver Ghost, un verdadero alta gama de su época.
En los albores, los autos no tenían faros porque solo se movían durante las horas del día. Luego, comenzaron a utilizar lámparas primitivas: aquellas de aceite y luego acetileno, allá por 1896. Todo un tema era por entonces encender la luz, ya que había que abrir la válvula de suministro, luego la tapa de vidrios de los farios, y finalmente encender una antorcha o mecha con un fósforo.
Fue Sally Windmüller de WMI (luego Hella) quien, en 1908, diseñó un prototipo que funcionaba con una antorcha de acetileno, que multiplicaba por diez el poder lumínico, llegando hasta 300 metros. En 1920, se comenzó a instalar de forma masiva, pero el reflector se oxidaba rápidamente porque los faros no estaban herméticamente cerrados, por lo que en 1941 fueron prohibidos.
Se buscó la solución tratando de encontrar un filamento que permita mantener el estado del reflector, sin perder brillo ni luminosidad. Sin embargo, no hubo mayor éxito.
En 1962, la compañía Hella presenta la primera lámpara halógena del automóvil. La luminosidad mejoraba en comparación a las anteriores y la emisión de calor era menor. Hoy en día, son el “estándar de oro” en el campo de la iluminación automotriz, aunque de a poco van dejando su lugar a la tecnología LED.
Ya para 1973, los fabricantes de automóviles comenzaron a reemplazar las lámparas de los faros con bombillas halógenas, permitiendo que la temperatura se mantenga y que la iluminación esté más cerca de la luz natural. Luego, gracias a la simulación por computadoras se logró crear reflectores combinados de una forma compleja: con división en segmentos, en los que cada uno enfoca y proyecta un haz de luz de manera diferente.
Llegando a la versión actual de los faros, en 1993 Opel utilizó una lente de policarbonato de plástico en un automóvil producido en serie (el modelo Omega), generando un efecto “lupa”. Esto aumentó la transmisión de luz del faro.
Con la llegada del nuevo milenio, comenzaron a usarse también los faros direccionales, un sistema que los lleva a moverse en el sentido que lo hace la dirección. Los autos modernos vienen equipados con lámparas HID (por sus siglas en inglés “descarga de alta intensidad”) pero gradualmente se cambian -como señalamos anteriormente- por luces LED, ya que disminuyen el peso, tienen larga vida útil, un consumo de energía ultra bajo, mejor eficiencia, un diseño simple y mayor capacidad en comparación con los faros de luz normales.
Los faros eléctricos han pasado por distintos prototipos para ser lo que son en la actualidad. Experimentos, avances, marcha a atrás y nuevos intentos. Lo importante es que se convirtieron en uno de los inventos fundamentales de la historia automotriz.
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